Todo en el universo está compuesto de energía, pero esta energía
no es intrínsecamente positiva, negativa o neutra. La energía, en su esencia, es neutral. Lo que determina si es beneficiosa o perjudicial, es la frecuencia con la que vibra y cómo la utilizamos en nuestra vida diaria. A veces, tendemos a clasificar la energía como buena o mala, pero en realidad,
es nuestra intención y estado de conciencia lo que le da esa cualidad.
Es fundamental entender que la energía fluye, se transforma, y podemos aprender a trabajar conscientemente con ella para mejorar
nuestro bienestar.
Nuestro cuerpo energético interactúa constantemente con nuestros planos: mental, emocional y físico, influyendo en ellos y siendo influido por estos.
Lo que pensamos y sentimos afecta nuestra energía, al igual que nuestras acciones físicas. A la inversa, nuestra energía puede impactar nuestros pensamientos, emociones y estado físico.
Cada actividad que eleva nuestra vibración, como practicar gratitud, meditación o simplemente estar en la naturaleza, contribuye a nuestro bienestar general y fortalece nuestra conexión espiritual. Sin embargo,
la verdadera vitalidad proviene de frecuencias más elevadas, como el amor, la compasión y la gratitud. Cuando operamos desde energías más densas, como el miedo o la ira, podemos experimentar un impulso temporal, pero
a largo plazo, estas frecuencias dañinas nos afectan negativamente, generando desequilibrio mental, emocional y físico.
Elevar nuestra espiritualidad nos ayuda a ser más conscientes de las frecuencias con las que operamos diariamente. Este proceso de autoconocimiento nos permite identificar qué tipo de energía estamos utilizando en distintos momentos y en diferentes áreas de nuestra vida.
Con esta mayor sensibilidad, podemos regular nuestra energía conscientemente para promover nuestro bienestar y mantener un estado de equilibrio.
Es importante también comprender que no hay una separación rígida entre la energía corporal y la energía vital. Ambas están profundamente interconectadas. La energía vital, conocida en muchas tradiciones como prana o chi, fluye a través de todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo físico. Los desequilibrios en nuestra energía sutil afectan nuestro cuerpo físico, y viceversa. Por eso, cuidar ambos aspectos de nuestra energía es esencial para un bienestar integral.
Cuando interactuamos con otras personas, animales, o nos conectamos con la naturaleza, no se trata de «extraer» energía de esos seres o entornos, sino de armonizarnos con su vibración. La energía de la naturaleza y de seres que vibran alto puede influir positivamente en nuestro campo energético, ayudándonos a recargar, pero no es cuestión de tomar, sino de resonar. La clave está en aprender a generar
y regular nuestra propia energía de manera interna, sin depender completamente
de factores externos.
Una práctica espiritual sólida no tiene que ver con el egoísmo, sino con el amor propio. Cuidarse a uno mismo es fundamental para poder ser una mejor versión para los demás. Priorizar el autocuidado, sanarnos y darnos tiempo para recuperar nuestra energía es un acto de respeto hacia nosotros mismos. Es un camino hacia la autenticidad, donde podemos conectar profundamente con nuestra esencia,
sin olvidar que esta práctica de autocuidado nos prepara para contribuir mejor
al mundo que nos rodea.
Finalmente, reflexiona sobre tu relación con la energía:
¿Cuánta energía tienes realmente en este momento?
¿Cuánta energía proyectas hacia los demás?
¿Estás gastando más energía de la que posees?
¿Cómo recargas tu energía diariamente?
¿Qué tipo de energía estás utilizando en tu vida cotidiana?
El equilibrio energético no es algo que se logra de una vez para siempre, es un proceso constante de ajuste y regulación. Al hacerte consciente de tus niveles de energía, podrás vivir de manera más plena y en armonía con el flujo natural del universo.